Hoy cumplo 56 años. Todavía recuerdo la tarde de febrero de 1950 cuando nos dieron a luz en una carpintería de Villa Urquiza, fuimos parte de un pedido especial que se le hizo a nuestro padre, un carpintero prominente del barrio.
El pedido constaba de 100 mesas y 400 sillas. Porque señoras y señores, soy una mesa de bar.
En principio quiero aclarar que no tengo nombre, la gente es poco original y para evitarse inconvenientes, a todas nos llaman igual: Mesa o Mesita. Pero muy lejos de ofendernos, al ser serviciales nos apiadamos de los hombres y los comprendemos, en muchas oportunidades después de estar sentados a la "nosotras" no recuerdan ni sus propios nombres.
Muchas veces, éstos mismos sujetos salen algo mareados del lugar y se llevan por delante a alguna de mis hermanas, gritan rápidamente insultándonos y no comprenden que tuvimos el detalle de sostenerle la bebida que ellos llevan dentro y que los hace chocarse con nosotras.
Somos un poco la imagen que tienen las mujeres de los hombres. En la mayoría de los bares las mesas son "Todas iguales". En el caso de éste bar es así, pero te cuento que de las 50 que aquí vivimos, somos sólo 6 de la partida original, el resto son buenas imitaciones. Las sillas originales se fueron muriendo o perdiendo y han sido cambiadas conformes al modernismo; con nosotras es distinto, no es necesario que nos cambien ya que dependemos del mantel que nos pongan para estar a la moda. Pero te cuento que aunque la mesa se vista de seda mesa queda.
He sido testigo mudo de incontables confesiones. He sido confidente silenciosa de grandes declaraciones de amor y también, por qué no decirlo, de gigantescas rupturas amorosas.
Quizás haya una prima en algún lugar del planeta, sobre la cual John Lennon haya escrito los primeros esbozos de "Imagine". En mi caso y mucho más tercermundista, un Duende escribió la historia de una tal
Florencia Inzaurralde que nacía, crecía y fallecía en un tren. La vida es así, amigo mío, debemos conformarnos con poco.
Sobre mi tabla se han volcado los más diversos elixires. Hubo un tiempo que viví en un bar de mala muerte en el que no existían los manteles. En aquel sitio los borrachines y los torpes vivían tirando sus copas. Cervezas, vinos tintos, blancos o rosados en pingüinos de vidrio han estallado sobre mi superficie. Y también en alguna ocasión hasta me han tallado un nombre dentro de un corazón.
Recuerdo una oportunidad en la que se armó una gresca y fui arrojada a la cabeza de un cristiano al que le acerté con la punta de mi pata número 3. Resultado, el sujeto con 16 puntos de sutura y yo en terapia intensiva en la carpintería donde me volvieron a encolar.
Tal vez no comprendas lo emocionante de ser una mesa de bar. Pero mirá lo que te digo: Reuniones de amigos, con lo cual nos juntamos 3 ó 4 mesas ya que en una sola no entran, o sea, es un buen momento para reunirnos nostras también. Partidos de truco emocionantes. Antológicas partidas de ajedrez. Eternas batallas al dominó. He visto disfrutar a los peores hombres y llorar a las mejores mujeres. Con el avance del fútbol en la televisión me han sacudido ante el gol del equipo propio y más de un puñetazo he recibido cuando el tanto era del contrario.
Miles de anécdotas. Por donde te imagines tengo historias que contar. Ojalá llegue el día en el que algún cronista se decida a entrevistarme, tengo muchos datos con los que temblarían muchos cimientos, populares y de los otros.
De momento me voy a descansar, son las 3 de la mañana y el bar abre a las 6.
Si lo ven al Duende díganle que cuando quiera, lo espero con sus cuadernos y sus lapiceras para que se tome un café o lo que guste. Hablé con el mozo y... la casa invita.
Fernando A. Narvaez